Thursday, June 14, 2007

ÉTICA LAICA, EMBRIONES Y EL SR. STENGLER



ÉTICA LAICA, EMBRIONES Y EL SR. STENGLER.
Por: David Mingot Mallol / Barcelona, a 12 de enero de 2003

Hola, amigos lectores de El Escéptico Digital.

Escribo esta carta inspirado por la misiva del señor Erick Stengler, publicada en el nº 9 de El Escéptico Digital. No la transcribiré aquí por su larga extensión, pero sí la resumiré: esencialmente el Sr. Stengler descalificaba los pobres argumentos presentados en defensa de la experimentación con embriones humanos, tal como se presentaron en varios artículos de esta misma publicación. Manifestaba también su preocupación por la posibilidad de que una ética laica equivaliera a decir que el fin justifica los medios, cosa que en su opinión no permiten las éticas religiosas. Finalmente, proponía que se evitara la investigación hasta que se determinara si los embriones humanos son seres humanos o no.

Agradezco al Sr. Stengler la moderación en la forma y el tono de su carta, de la cual podrían tomar ejemplo muchos de un bando y otro. Sin embargo, no comparto su punto de vista, y procederé a exponer mis reflexiones sobre el tema como contribución al debate público.

Primero, he de decir que estoy de acuerdo con el Sr. Stengler en la pobreza de los argumentos expuestos en los documentos por él citados en su carta. Romperé una lanza por ellos, arguyendo que dichos documentos eran mayormente entrevistas, y a mí no me pareció que su propósito fuera convencer. Como mucho, parecían querer exponer algunos hechos a la opinión pública, en algún caso negando posibles concepciones erróneas, como cuando Bernat Soria dejaba claro que, a simple vista, un embrión no parece ni remotamente humano. El verdadero debate creo que no ha surgido, al menos en las páginas de esta publicación. Añadiré, como última apología, que tal vez los entrevistados estuvieran dolidos por las acciones del gobierno español, quien con su poder legislativo ha prescindido de todo debate y ha aprobado una legislación restrictiva que no coincide con la opinión públicamente expresada. Y sí con la opinión presumible de ciertos grupos de poder que tienen relaciones familiares con algún alto cargo del gobierno.

¿Argumentos científicos y debate ético?

Pasaré ahora al tema del debate sobre el empleo de embriones congelados como fuente de células madre para la investigación. Mi primera proposición es contundente: la ciencia no sirve para juzgar el caso. Cualquier argumento puede ser interpretado en el sentido que se quiera, y ello es hasta inevitable. Recuerdo una cita de Darwin, que a su vez era frase favorita de S. Jay Gould: “Si ha de servir de algo, toda observación ha de hacerse a favor o en contra de una determinada teoría” Y ahí quería llegar yo. Cuando el tema a investigar es confuso, el riesgo de que las pruebas científicas se interpreten acorde con la teoría favorita de cada cual crece. El núcleo del debate sobre los embriones es si dichos embriones son o no seres humanos, y por tanto si deben o no tener los mismos derechos que dichos seres humanos. Es una bonita pregunta para la ciencia, ¿es un embrión un ser humano? Lo siguiente que preguntará cualquier científico será: ¿Qué cosa es un ser humano?. La ciencia no tiene una sola respuesta a esta pregunta, así que hoy por hoy no se puede dictaminar científicamente la naturaleza del embrión. De hecho, la respuesta está en la ética. Cualquier argumento racional puede ser invertido según la ética de quien postule la teoría inicial. Por tanto, mezclar a la ciencia en el debate es estéril.

Cabe decir, sin embargo, que el hecho de que la ciencia no pueda proporcionar argumentos universalmente válidos no significa nada malo respecto a la ciencia. Tan sólo es un reflejo de que nosotros somos humanos en un universo no humano; y que la naturaleza, así como el conocimiento que extraigamos de ella, simplemente no nos sirve como referencia en nuestros asuntos humanos. Todo lo más, la ciencia puede proporcionarnos un marco de referencia, un corpus de conocimientos que nos expliquen cómo funciona el universo y nos impida divagar demasiado por los caminos de nuestra imaginación. Nuestro cerebro y su estructura tienen una capacidad limitada para manejar y comprender datos, así que la ciencia ha de ser una empresa en común. Aunque cada científico pueda proponer una teoría distinta, sujeta a su visión más o menos subjetiva del universo, o incluso a unas condiciones iniciales marcadas por los límites éticos y sociales de su tiempo, en el conjunto de todos los trabajos científicos surgen una serie de hechos comunes; y es esa coincidencia, y su persistencia en el tiempo, lo que nos permite juzgar esos hechos como una verdad; y una verdad científica, pues ha sido la ciencia quien la ha puesto en nuestro conocimiento. Toda verdad científica está sometida a las limitaciones de su época, que no son culpa suya ni de la ciencia; pero por ser ciencia puede mutar y alterarse hasta reflejar una verdad mayor. Esta propiedad, la de mutar y cambiar según el ritmo y cantidad del conocimiento del universo, es justamente la garantía de calidad que la mente racional necesita a la hora de establecer un marco para sus reflexiones. Podemos usar la ciencia como marco, diciendo qué creemos cierto al margen de nuestra opinión y qué es más que opinable; pero en sí misma, la ciencia *no es* una opinión.

Ética en una pendiente resbaladiza

El segundo tema que quiero tratar se refiere a la antedicha ética. Desde hace tiempo se viene propugnando desde la comunidad escéptica la necesidad de una ética laica, idea que al Sr. Stengler (y supongo que a otros) le produce inquietud. Cito a modo de ejemplo:

“Todo lector que se sienta incómodo con la aceptación de que el fin justifica los medios llegará a la conclusión de que para salvar el principio contrario ha de recurrir a las tan denostadas éticas religiosas.”

Discrepo, Sr. Stengler. Creo que tal vez confunda un endemismo de las éticas religiosas con algo más genérico; que, puesto que las éticas religiosas son continuas en sus ideas, no están sometidas a cambios de definición sobre la validez de los medios. Prometo volver luego a este punto, pero creo que es hora de definir un poco qué diferencia a las éticas religiosas de la ética laica que intentamos construir. Veremos así cuál es el valor de la antedicha continuidad de las éticas religiosas.

Ética religiosa

Las éticas religiosas tienen en común, me parece a mí, el recurso al principio de autoridad. La ética religiosa se basa en una verdad revelada, proveniente de algún ente sobrehumano, y que como tal sobrehumano está libre de la falibilidad humana. Así, dicha palabra revelada tiene un valor de autoridad que permite construir sobre ella una ética y derivar de tal ética una moral. El problema viene con la observación de que la tal palabra revelada debe ser interpretada, y peor aún, reinterpretada para seguir proporcionando un código ético funcional a tenor de la evolución social humana. Y ello es malo por cuanto que hasta ahora ninguna religión se ha basado en una palabra revelada que incluya mecanismo de enmienda. Tal vez semejante cosa sería incoherente, pues si lo revelado es la verdad, ¿cómo vamos a enmendar la verdad? Y creo que ahí los “escépticos” (aunque prefiero pensar en nosotros como “no creyentes en ninguna confesión organizada”, para no excluir que alguno pueda ser escéptico pero religioso) vemos una clara prueba de *falibilidad*... para referirnos a un caso concreto, pongamos por caso (por su cercanía cultural) el cristianismo y su respectivo libro sagrado, la Biblia. Es obvio que en tal libro no se refiere a muchas cosas que conforman nuestro mundo, incluso aspectos éticos. Nada se dice explícitamente sobre embriones, contracepción o abortos provocados, así que quien quiera usar la Biblia como fuente de ética deberá interpretarla... pero la interpretación es un acto humano, y como tal es falible. Incluso desde la asunción de que la Biblia es la verdad auténtica y revelada, en cuanto esa verdad requiera interpretación quedará contaminada por la falibilidad humana. ¿Y luego qué es peor? ¿Decir “Ups, hermanos, parece que Dios ha cambiado de opinión”? ¿O decir, “Bueno, parece que andábamos equivocados y Dios se ha tomado la molestia de corregirnos después de 2000 años”? Si es blanco y va en tetra-brik debe ser leche. Por muy revelada e infalible que sea la palabra de tal o cual religión, a partir del momento en que no se ajusta plenamente a su espacio socio-temporal y hay que “reinterpretarla”, los no creyentes en ninguna confesión organizada tenemos derecho a dudar que los “reintérpretes” sean infalibles. Y eso sin entrar en la cuestión de los hagiógrafos, profetas y demás mediadores de lo sobrehumano.

En resumen de lo expuesto: creo que las éticas religiosas se basan en una autoridad proveniente de algún poder sobrehumano e infalible, pero luego dicha autoridad resulta estar fijada en una palabra escrita que necesita ser reinterpretada para ajustarse a los cambios de la sociedad. En dicha reinterpretación, se pueden cometer errores humanos que invalidan el valor de autoridad de la palabra revelada. Más aún: si existiera una verdad única y absoluta, seríamos incapaces de aprehenderla y la distorsionaríamos por la limitación de nuestro sistema cognitivo. ¿Y qué nos dice ello de la ética laica?

Ética laica

La ética laica no puede recurrir a la autoridad puesto que ésta implica alguna clase de creencia (en dicha autoridad al menos). La alternativa a la autoridad es el consenso. El tal consenso, o “sentir común”, ha de estar en proporción al fin buscado. Cuando tal fin es una ética universal, el consenso ha de ser formado por la mayoría de las personas implicadas en el debate... y cuantas más sean éstas, mejor. Por supuesto, el consenso es falible por su propia naturaleza. En muchos momentos de la historia la mayoría ha estado equivocada. Y algunas equivocaciones han sido atroces. Pero ello es porque sólo somos humanos. Si no vemos ningún poder superior que nos guíe, hemos de guiarnos por nuestro sentido de la ética y nuestra honradez. Equivocarse, por terrible que sea el error, es un derecho del ser humano. Perdonar, por terrible que sea el error, es una obligación del ser humano. Y el único requisito es la honradez, pues ésta implica buscar el bien, y ha de ser esta búsqueda del bien la que impulse la ética.

Pero, ¿de dónde surge el consenso que guíe a la ética laica? Antes ya he dicho que la ciencia no puede aportar argumentos a un debate ético, todo lo más definir un marco de lo que consideramos real y lo que no, aunque como veremos dicha realidad no debe tener valor de autoridad.

Mi opinión es que la ética laica debe basarse en la concepción ética de cada individuo, independientemente de la procedencia de tal ética, siempre y cuando dicha ética no se halle sometida a ningún principio de autoridad. Es decir, si Fulano cree que la ciencia le proporciona argumentos éticos (aunque ya hemos visto que esa actitud sería subjetiva y tal vez errónea), y lo cree con honradez, y está dispuesto a admitir que el hecho de que él saque dicha ética de la ciencia no confiere a sus argumentos la cualidad de verdad absoluta (y revelada, y autoridad competente al caso), entonces Fulano tiene una posición válida a exponer en el debate. Y valdrá igual que la de Mengano, aunque éste considere cierto el hecho de tener un dragón invisible en su garaje (parafraseando al maestro Sagan), siempre y cuando Mengano no pretenda usar al dragón como principio de autoridad... *Cualquiera* puede participar en un debate de ética laica, con las condiciones de renunciar al principio de autoridad, respetar las opiniones ajenas, opinar con la máxima honradez (buscando el bien), y ser coherente con la propia argumentación, incluso cambiando de opinión si el debate nos empuja a ello. Por supuesto, así entre amigos, sabemos que ningún magufo ni fanático admitirá jamás estas condiciones de debate... pero tampoco los no creyentes en ninguna confesión organizada deben apelar a la ciencia, y ni siquiera a la razón, como autoridad. Pues aunque se expongan argumentos irracionales o arracionales (“como debatimos entre las 6 y las 7, opino que el embrión humano no es un ser humano”), hemos de confiar en que la razón es mayoritaria, que también lo es la verdad, y que unos pocos argumentos extravagantes no pueden dañar el necesario consenso... o lo dañarán menos que esgrimir la razón y la ciencia como principios de autoridad que, a modo de peaje, dejen fuera a quien se considere que no va a decir lo-que-hay-que-decir. Y dicho esto, creo que es hora de retomar el hilo del debate sobre fines y medios.

Fines contra medios

Cuando afirmamos que el fin no justifica los medios es siempre como mecanismo defensivo. Todos los medios terribles han hallado un fin que los justificara (pido perdón por citar esta frase en concreto, pero, “Matadlos a todos que luego Dios ya conocerá a los suyos” y frases afines son un claro y abundante ejemplo de a qué me refiero), así que creemos que hay que reivindicar simplemente la proporción entre medios y fines. La ética religiosa marca el límite según la autoridad de la revelación. Pero la ética laica, más humilde, lo marca según el consenso. Si tal fin justifica o no los medios empleados será juzgado en cada momento por cuanta más gente mejor, y el consenso resultante determinará el obrar de la humanidad. Actuando con la máxima honradez la conciencia individual queda protegida de un posible error. Por terrible que sea. Incluso si resultara serlo el pensar que un embrión humano y un ser humano son cosas distintas. Pues hoy por hoy, el consenso va en esa dirección. En conciencia, nadie destruye la vida de un ser humano para salvar la de otro mientras pueda evitarlo. Desde la práctica legal, un embrión y un ser humano son cosas distintas. Por consenso. Y si debieran ser iguales, eso sólo podría determinarse cuando el consenso lo dijera. Al margen de toda autoridad revelada, pero necesariamente reinterpretada.

Pondré ahora un ejemplo de cómo se enfrenta la ética colectiva (laica o religiosa) a las cuestiones de fines contra medios. El Sr. Stengler pone por ejemplo la idea de que actualmente consideramos inaceptable la esclavitud. Siguiendo con este ejemplo, me gustaría hacer notar que la idea de que la esclavitud está mal es un consenso moderno. Los argumentos no han variado esencialmente desde el inicio del debate, y si hoy por hoy no existe esclavitud es sólo porque desaparecieron los esclavos. Aquellos que se resisten a ver a los esclavos como hombres libres son una minoría, y ya no se atreven siquiera a decir lo que durante siglos fue el consenso: que los esclavos no eran humanos (no eran esclavos por “no ser” humanos, sino que no eran humanos por “ser” esclavos), y caso de ser tales humanos habrían sido castigados por Dios (hijos de Cam), o abandonados por Él, y necesitaban represión o salvación. Por su bien, claro. Y a nadie le parecía mal comer azúcar, fumar tabaco, beber café o vestir prendas de algodón que llevaban sobre su existencia la marca de la esclavitud. ¿Qué fue lo que acabó con la esclavitud? Esencialmente, que una máquina tenía más potencia que cualquier grupo de esclavos del mismo precio. Incluyendo en el precio de la máquina los salarios de “hombres libres” (y mujeres, y niños). Y así, de repente, la esclavitud se convirtió en tema de debate público. Y las éticas religiosas “reinterpretaron” que estaba mal. Y llegamos a un consenso, el actual, donde nos parece una verdad universal que la esclavitud es intolerable. Pero, inversamente, no ponemos límite a lo que le puede suceder a una persona teóricamente libre que cometa el error de venir a nuestras costas sin ser invitada. ¿Es mejor ser una “libre” prostituta que le debe 10000 dólares al mafioso que la trajo a la “tierra de promisión”, que ser una esclava vendida para “crianza y recreo”? En su momento, los esclavos no “existían”. Hoy son los “sin papeles”. El consenso obra milagros, para lo bueno y para lo malo. Pero no por ello hemos de callar; como ya dije antes, hemos de confiar en que la “verdadera verdad” terminará venciendo. A la larga todos preferimos que el bien alcance a todo el mundo, ni que sea por el interés egoísta de no sufrir si accidentalmente vamos a caer entre “los que no”.

Y ahora, antes de terminar haré una reflexión sobre lo que me parece que es el origen del consenso respecto al desigual valor de la vida del embrión humano y el ser humano (puesto que admitimos sacrificar uno por otro), en un contexto donde ya he admitido que los argumentos no tienen por qué ser del todo racionales, ni científicos, o ni siquiera éticos. Dicho con toda la reserva posible, basta que sean “mayoritarios”. Dios se pone de parte de los grandes batallones. Y sumar a los más en el lado de los menos (pero acertados/ o tremendamente equivocados) tiene poco que ver con la ética individual de unos y otros, en cuanto que obran como colectivo.

No lo parecen

Puesto que es uno de nuestros mecanismos cognitivos favoritos, creo que el origen de la idea de que el embrión humano no es aún un ser humano está en la analogía. Vemos analogía entre el embrión y un huevo, una bellota o hasta un terruño de caolín. Como no nos parece que un huevo sea igual que una gallina, ni una bellota un roble, ni un terruño de caolín una pieza de porcelana, asumimos que el embrión humano no es igual que un ser humano. Y creo que sé por qué. Todos aprendemos más pronto que tarde que ciertas cosas van en un sentido concreto. Que los vasos se rompen pero sus trozos no se reúnen espontáneamente. Que un melón se espachurra pero la pulpa no vuelve a formar un melón. O que el canario dejó de vivir y luego no resucitó. En definitiva, aún sin saber qué cosa es, todos tenemos un claro sentido de la entropía. Y por ello nos admiran las cosas que van contracorriente... lo mejor que le puede pasar a un terruño de caolín es convertirse (con mucho trabajo, habilidad y un significativo aporte de energía) en uno de esos jarrones chinos apenas más gruesos que una cáscara de huevo. Y luego tal jarrón puede romperse y quedar aún peor que el terruño original. Una bellota puede convertirse en un roble, y luego el roble puede aspirar a caer y pudrirse. El huevo se hace gallina, y la gallina Avecrem. Y el embrión humano... creo que ya he sentado el punto. Por tanto, nos parece que las cosas que van contracorriente son especiales, distintas. E inferiores por cuanto que *pueden* fracasar. Una bellota puede ser un roble... o no. El roble ya no puede ser nada más... ni menos que una bellota en su cenit antientrópico. Todos los seres vivos son mortales, pero no lo son todas las simientes. Algunas pueden mutar, ir cuesta arriba, dejar de existir para ser otra cosa. Pero no todas, y así son más abundantes y en cierto sentido inferiores... pues, o la bellota se hace roble, o será pisto para gorgojos. Morirse cuando es lo más que te puede pasar no es demérito. Morir cuando podrías engendrar nueva vida, sí. O al menos así lo juzgamos, creo yo, en nuestro consenso actual. Así es como admitimos matar una promesa de vida para beneficiar a una vida ya existente, o al menos para intentarlo. Y luego nadie carga en su conciencia la aniquilación de un bosque de encinas por comerse un jamón ibérico, valga la frivolidad.

Antes de irme...

Sólo me queda, para terminar ya, una última aportación al debate sobre el empleo de embriones como fuente de células madre. Tal vez el Sr. Stengler u otros como él podrían argüir, “¿Cómo se convierte el embrión en un ser humano si no lo era ya desde el principio?”. Implícita en ello va la idea de que el embrión ya es un ser humano porque ya tiene alma, axioma sin el cual el argumento pierde mucha validez. Y por la que quedara... No sé bastante de filosofía para decirlo con las palabras adecuadas, pero el caso es que admitimos que una cosa que se convierte en otra no implica que la segunda vaya prefigurada en la primera. Un cadáver no se pudre por sí mismo. Han de criar en él bacterias para descomponerlo, siendo así que el cadáver podrido es otra cosa distinta del ser vivo que fue. Y sin una mujer que las pase de todos los colores un embrión jamás logrará ser un ser humano. Todos nos morimos más o menos solos, pero nadie nació sin una gran dosis de química y energía en forma de un ser humano que sufrió y padeció como sólo puede hacer nuestra especie. Bien mirado, tal vez por ello creamos también que confundir un ser humano con su germen (en el sentido de ser inicial) es ofensivo. Para el embrión, para el ser humano y para la madre que lo parió (sin ofender). Y así me despido ya, con la esperanza de haber podido aportar algo al debate.

1 comment:

todo es cambiable said...

Si hay harta gente "cogeando" por ahi... más silicios de los que quisiera jajaja.

Bueno, no se si ha escuchado de Richard Dawkins. (http://www.richarddawkins.net/) Es un autor con una teorias bastante interesantes respecto religion. Si tiene tiempo peguele una leida.

Que le vaya bien.